domingo, 25 de septiembre de 2011

Votemos un plan económico



Publicado por La Nueva Provincia el 19-04-2011 en la sección Otras voces

     Desde voceros gubernamentales, se menciona la existencia del modelo K, que mal anda por el impuesto a la exportación de los productos del agro, como por mantener una mayor deuda externa, ocultada desocupación, alta pobreza, baja calidad de vida de la ciudadanía toda; especialmente, de los sectores más bajos en la sociedad; una inflación que supera ocho veces la necesaria para el crecimiento sostenido fijado por la Unión Europea, impuestos regresivos como el IVA, que pagan el cartonero, los jubilados y pensionados de mínima, como también los estudiantes que hacen prácticas rentadas en las empresas.
     Por eso con insistencia se señala, en distintos medios, que nuestro país no tiene un plan económico, y hasta el mismo FMI cae en el mismo error, al reclamar un plan sustentable.
El plan está, pero muchos no lo quieren cumplir. Muchos, desde los partidos, los parlamentos y los tres poderes del gobierno, con su medianía cerebral y pensamiento mágico, han tomado para sí el título de profetas del Antiguo Testamento.
     Así creen que pueden satisfacer las necesidades de los pueblos mejor que aquellos que producen bienes y servicios de todo tipo, escuchando a los clientes y desde allí satisfacer con calidad creciente las necesidades explícitas e implícitas. En otras palabras: esos falsos profetas, copiando a Robin Hood, sacan (en los  caminos, en los mercados, en las calles, en los servicios, etc.) dineros para distribuir entre algunos necesitados, previa retención de importante parte para ellos, sus secretarias, peluqueros, chóferes, masajistas, profesores de tenis...
     Esos mismos falsos profetas, cuando buscan los votos para acceder, llaman al veredicto de las urnas "la voz del pueblo", pero cuando ese mismo pueblo, en ejercicio de la misma libertad que tuvo para votar, decide desprenderse de los papeles pintados para tener vacaciones o determinados bienes o, simplemente, dólares, esa masa electora es el mercado al que hay que manejar o torcerle el brazo. Todo porque dejan de cumplir el plan económico de la Nación Argentina, derivado de su Constitución.
     Los falsarios nunca actúan solos: buscan industriales con capital ajeno, generalmente estatal, que, imitando a los conquistadores de todas las épocas, cambian sus baratijas por dinerillos que depositan en bancos del exterior. Lo hacen apoyados en aquellos profetas parlamentarios y partidarios que les dan subsidios, préstamos de la banca oficial con magras garantías, dados a costa de los ahorros y bienes de la mayoría de los conciudadanos. Son los "industrialoides" que han dado sus aportes a las campañas justicialistas y radicales, para recibir subsidios para sus empresas, que, por no ser competitivas, necesitan del dinero del Estado para subsistir.
     Y los falsos profetas tienen también su fuerza de choque en piqueteros y malos sindicalistas de trajes sobre medida, camisas de hilo y corbatas de seda, que, por sus esfuerzos en sostener a los expoliadores de la ciudadanía, reciben el manejo de obras sociales para beneficios personales o alguno cobra como maestro desde hace décadas, sin estar en cargo docente alguno y otros, con un cargo, concurren una vez al mes a cobrar.
     Es hora de que los habitantes de la Nación Argentina, abandonemos, en primera medida, a los partidos que han sido constructores de la decadencia nacional, desde 1916, salvo contados momentos (presidencia de Alvear por ejemplo), han provocado no solamente el incremento de la pobreza nacional, sino el descrédito del país ante los inversores nacionales (150.000 millones de "verdes" particulares en el exterior y una deuda externa similar en volumen) y los extranjeros que han dejado de invertir en un país donde la creación de riqueza está castigada y por cuarta vez ha despojado de sus ahorros a los ahorristas, o con retenciones confiscatorias despoja de su ganancias a quienes trabajan en el campo o se ha apoderado de los fondos de los ciudadanos que no deseaban la jubilación estatal.
     Abandonen, señores votantes, el radicalismo (el actual no tiene nada que ver con el de Alvear, el de Yrigoyen, Frondizi, Balbín, Zavala Ortiz), si bien mantiene en forma encubierta las premisas de rechazo a la propiedad privada nacidas en la Comuna de París de 1880 y el no respeto al orden constitucional que quisieron quebrar con las revoluciones de 1890, 1893 y 1905.
     Abandonemos, como votantes, el justicialismo, nacido con el ideario del fascismo de 1920 de Mussolini, el socialnacionalismo de 1932 de Hitler y el nacionalsindicalismo de 1936 de Franco; que luego supo incorporar las ideas revolucionarias de Sierra Maestra de Castro, la intransigencia política de Mao, la cerrazón de King... Hoy, dos más: el "presidencialismo" de Ortega, en Nicaragua, y Chávez, en Venezuela, y el ideario económico y político del Foro de San Pablo.
     Señores votantes: adhiramos al pacto nacional de respeto a la persona, los contratos, el comercio y la propiedad (física, intelectual, sentimental y de creencias). Plan que fue el resultado del mejor pacto nacional, que es la Constitución de 1853/60, pues cumpliendo los acuerdos preexistentes, busca, desde su sabio preámbulo, "constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad para nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino; invocando la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia".

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