domingo, 23 de octubre de 2011

Queremos papas pero votamos batatas

En muy breve síntesis señalamos que entre 1950 y 1989 existía un manifiesto descontento con los cortes de luz, la baja presión de gas en el invierno, la insuficiencia de los teléfonos, la pérdida de correspondencia, la inflación que deterioraba los ingresos, pero se votaba a quienes no sabían mejorar los suministros de electricidad, gas teléfonos o correos, porque querían empresas públicas, para ubicar correligionarios como supernumerarios en los altos niveles de dirección y gerenciales, cobrar buenos sueldos, digitar licitaciones, obtener créditos para obras o servicios que redituaban importantes retorno.

Se deseaba  estar bien informado, pero se daba apoyo a los partidos que cercenaban la libertad de expresión, confiscaban radios, diarios y agencias que no le eran proclives. Así desaparecieron muchos periódicos del interior y otros, como La Prensa, fueron confiscados. Además, con el manejo de la propaganda oficial se crearon medios propensos a atemperar las críticas al gobierno o peor todavía vender espejitos de colores a la ciudadanía. Si en épocas del presidente Yrigoyen se imprimía un  diario para el presidente, hoy se escriben centenares de miles para tener la opinión pública acorde con la opinión que se publica.

Se criticaban los puestos “ñoquis”[1] (a principio del siglo XX se los llamaba supernumerarios, personaje que dio lugar a un sainete sobre ese tema), pero se buscaba al familiar elegido para el poder legislativo o ungido en los poderes ejecutivo o judicial para alcanzar un “puestito” con posibilidad de una remuneración que no atendiera ni a la propia idoneidad ni a habilidades personales. Recordemos que en las empresas privadas a los ocupantes de altos cargos se les exige inglés, mientras nuestros últimos presidentes, la mayoría de los ministros y altos funcionarios, requieren traductores para poder comunicarse en el país o en el extranjero con un interlocutor que no habla castellano.  Y en los últimos años ha crecida  el empleo estatal sobe el industrial, que desde ministerios, secretarías, direcciones, organismos se convierten en la máquina de impedir la realización de proyectos de inversión al punto que las rocas de la cordillera de  los Andes que a Chile le da ingentes ingresos con los minerales extraídos de sus entrañas,  aquí lucen para la foro y no para la obtención e riqueza minera, petrolera o gasífera.

Se criticaban las jubilaciones de privilegio, pero se corría a ver al amigo elegido para alcanzar un “puestito oficial” con una jubilación segura. Durante el gobierno radical por 1983-84 se nombró un segundo presidente de una empresa estatal proveedora de energía eléctrica en la ciudad de Buenos Aires, para que tiempo después  pudiera jubilarse  muy bien.

Se quería salud, con hospitales donde la mayoría de los jefes de sala eran catedráticos universitarios, pero se votaban partidos que restaban partidas a la salud. Y así, mientras los hospitales sufren el deterioro de años sin mantenimiento, con salas y consultorios en pobre estado, nos encontramos que se financian espectáculos artísticos de todo tipo; proceder que afecta en especial a la gente de pocos recursos o ceñidos por la pobreza.

            Se pretendía tener la “casita” propia y se votaba a gobiernos que con la inflación carcomían los ahorros o dictaban leyes como la de alquileres, que no permitían alentar el incremento de inmuebles, a la par que se propiciaba el despojo a los propietarios. Y así se privaba por otra parte de incrementar la construcción privada, que es un buen factor en el camino de la riqueza de los países y por otra parte, es empleadora de trabajadores con bajos niveles de instrucción, pero que en ese rubro pueden trabajar. En otras palabras se sacaba dinero a la clase media, impidiéndole además ser generadora de trabajo y minimizadora del desempleo y pobreza.
           
Se quería una industria nacional y se favorecía a aquellos que concurriendo a la Rosada buscaban créditos económicos o altos aranceles aduaneros para vender caro, incrementando sus ganancias sin esfuerzo. Política de migajas para el pueblo, pues solamente produciendo en gran escala, se puede fabricar a precios competitivos no para cuarenta millones de habitantes, sino para 6.000 millones del mundo globalizado.

Se deseaba la libertad de ejercer la profesión y los oficios, pero se apoyaba a los gobiernos corporativistas. De esta forma miles de profesionales que cursaron la universidad pública emigran ante la doble falta de reconocimiento y de posibilidades laborales.

Se desea que se cumplan los principios constitucionales y se vota eligiendo  entre apellidos y no optando entre principios. Así, si el apellido elegido llevaba como vice a la simia Chita, votamos el apellido, aunque al fallecer nos venga a gobernar la mismísima mona.

Votar en forma coherente con lo que se quiere, lo hacen los habitantes de los países que están a la cabeza en productividad, ingreso per cápita, salud, baja mortalidad infantil, alta expectativa de vida, educación[2], alta recepción de capitales productivos, bajísimo índice de inflación, alto nivel de tecnología, universidades insertadas con la sociedad para poder investigar y mejorar la ciencia,


En síntesis hemos votado apoyando a quienes por su ideario no podían gobernar cumpliendo lo que se quería. Para ver la diferencia de estos gobernantes con “aquellos  de la generación del 80” que a fines del siglo XIX dirigían el país, recordemos que gobernando decidieron evitar la repetición de una epidemia de cólera, por lo que dotaron de agua potable a la ciudad de Buenos Aires construyendo una red distribuidora, donde los tanques de una de ellas -ubicados en la calle Córdoba al 1.900 de esta ciudad de Buenos Aires-, alojaba setenta millones de litros., ocultos tras una hermosa fachada palaciega. Los otros depósitos estaban en Caballito y Villa Devoto; en cambio en estos tiempos de la computadora, el rayo láser y los inalámbricos el gobierno pedía para evitar contraer el cólera, “hervir el agua” antes de usarla.

En otras palabras se conoce que para crecer es imprescindible la libertad económica (como lo muestra en forma evidente el Índice de Libertad Económica del año 2004 , donde los primeros puestos corresponden a países como Hong Kong, Singapur, Luxemburgo, Estonia, Irlanda, Nueva Zelanda y Gran Bretaña, ocupando nuestro país el puesto 114) Sin embargo votamos a campeones del Estado Benefactor que no solamente premian a los que fracasan y castiga a los que tienen éxito, sino que con normas legales pero ilícitas, coartan la libertad económica, aplicando leyes que parecen sacada de las Leyes de Indias que usaba la corona española, en su trato comercial con sus colonias. En síntesis queremos papas, pero votamos batatas.




[1] Designación popular de empleos donde se figura en un determinado plantel gubernamental sin obligación de prestación laboral alguna. A principios del siglo XX se los llamaba supernumerarios, personaje que dio lugar a un sainete sobre ese tema.
[2] Por lo general con más de 200 días de clase, en cursos donde la disciplina no es mala palabra, sino el correctivo que se aplica a aquel que evade o burla una disposición.  La disciplina de la tarjeta amarilla en el fútbol o en cualquier deporte, o trabajo donde “quien las hace,  las paga”

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