martes, 25 de octubre de 2011

Reflexiones sobre la muerte de Muammar el Gaddafi

 
La muerte de Muammar Muhammad Abu Minyar al-Gaddafi hecho posible en una guerra interna, motiva muchas reflexiones. Por un lado el hombre de estado reverenciado por presidentes y  autoridades de distintas naciones especialmente europeas, que lo consideraban  un meritorio socio de muchos de esos países, al punto de haberlo equipado con un arsenal importante por el número de armas como por la calidad de las mismas. Termina sus días cazado, golpeado, sodomizado y eliminado de una manera atroz, por una turba que al mostrar pobreza en su aptitud para razonar, falta de espíritu crítico, irritabilidad, credulidad ciega, se transforma en una masa humana que Le Bon llama muchedumbre. Operación posible, pues los países amigos de ayer, resultaron los enemigos de hoy.

En la operación que concluyó con su vida, el convoy que pugnaba por sacarlo de su sitiada ciudad, fue primero localizado por fuerzas aéreas de la OTAN que lo interceptaron, hecho que revelaría que de alguna manera el coronel estaba “marcado” con un sofisticado  micro sensor, que permitía seguir sus pasos desde el aire.   

Y allí convergen los captores con la agresividad de la muchedumbre de la noche de la matanza de  San Bartolomé, que en 1572 primero en Paris y luego en otras ciudades francesas significó la muerte de cerca de 10.000 hugonotes, eliminados como animales en una cacería feroz.

El crimen de la guerra nos dirá Alberdi, pero un crimen festejado ante un hombre que sin la menor posibilidad de resistencia pedía piedad.

Así vemos que un pueblo enardecido, con sus celulares fotografiaba primero vivo al dictador prisionero, y luego arrastrado como un muñeco, para exterminarlo luego posiblemente con la pistola de oro del “rey de reyes”. Pero el morbo se traslada luego donde  es exhibido como una presa de caza, sobre un sucio colchón, donde  vuelve a ser fotografiado su cuerpo en descomposición por centenares de libios que desfilaron frente a tan dantesco escenario,  donde ninguno profirió el menor gesto piadoso o musitó la menor plegaria.

Por eso nada mejor para describir la muerte de Muammar el Gaddafi que recordar al escritor  ucraniano Ilya Ehrenburg que en su libro “Las aventuras de Julio Jurenito, expresó: “Se puede aprender muy rápidamente a evitar que lo aplasten a uno, pero se necesitan siglos de un aprendizaje sin precedentes para perder la voluntad de aplastar a los demás”

Por eso recordamos también que George Orwell  el autor del libro 1.984, en su último programa radial en la India, señaló que no solo en los Hitler anidan los Macbeth, sino en el alma de cualquiera, aún de un empleado público. En otras palabras los Caines de ayer y hoy, en una regresión feroz a la animalidad pueden tratar y terminar liquidando a una persona como fue Gaddafi, o a tantas otras  con un embriagante sadismo delictivo.

Ante esta situación muchos de los lectores tomen el hecho como uno más del cotidiano vivir, otros medítenlo para  censurarlo debidamente y otros únanse con su plegaria silenciosa, a la de  tantos que desde su fe, oran por su alma.

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